Estado y Economía

La función redistributiva del Estado en la economía en sociedades como la nuestra con una base tan injusta y regresiva de distribución del ingreso se hace absolutamente imprescindible. Tenemos una vasta experiencia histórica de ausencias cómplices que dejaban “al libre albedrío” de las fuerzas del mercado la tasa de ganancias del trabajo y el capital. Claro que ese no era el libre albedrío bíblico sino la proliferación de la falacia de la “mano invisible del mercado” que regula automática y sabiamente la participación en las ganancias de los factores económicos. Se nos trató de hacer creer durante años que esta “libre concurrencia” terminaba beneficiando al trabajador ya sea por la supuesta capacidad de negociar ventajosamente su salario o por la llamada teoría del derrame de la copa que se basa en la absurda –y huérfana de ejemplos– hipótesis según la cual si a los ricos les va mejor aún de lo que les iba, las sobras de su festín terminarían cayendo sobre los auténticos generadores de la riqueza. 
Pero no se sabe si los dueños de la copa están muy atentos a la altura del recipiente o se la toman a cada rato o vaya a saber qué extraño fenómeno físico se produce pero lo cierto es que lo que se derramó escandalosamente en las décadas del 80 y del 90 fue la miseria, el desempleo, el saqueo de los fondos jubilatorios y de los ahorros de los argentinos ubicados en la base de la mítica copa. El cambio de rumbo operado a partir de 2003, la priorización de la atención de la deuda interna sobre la externa, el incremento notable del empleo que llevó a una recuperación del poder de negociación de los sindicatos y el rol activo del Estado como factor de redistribución del ingreso a partir de medidas concretas como la nacionalización de los fondos de las Afjp que permitió financiar programas como la asignación universal por hijo, ampliada últimamente a las embarazadas, cambia claramente el panorama y permite esperanzarnos con una más equitativa distribución de la riqueza en la Argentina. Es fundamental comprender que este viraje habría sido imposible si el Estado no hubiera asumido responsabilidades que no se discuten en los llamados “países serios”, como los derechos adquiridos por el Estado a partir de la posesión de porcentajes importantes del paquete accionario de empresas líderes, paquetes heredados en realidad en ocasión del traspaso de las Afjp. 
Nadie discutiría a través de las páginas del New York Times, y ni siquiera del Financial Times, la participación de representantes de los intereses del Estado, esto es, de todos los ciudadanos, en el directorio de las empresas porque iría contra las reglas del capitalismo que defienden cotidianamente. Solamente en un desesperado clima de campaña electoral pero también de confusión, puede agitarse el fantasma rojo del estatismo sin acompañarlo de aunque más no sea un argumento que resista el análisis. Se supone que a esta altura deberíamos haber aprendido lo que nos pasa cuando el Estado “se ausenta”, dicho en esos términos personalizadores en los que nos dan a entender que se trata de un elemento autónomo que puede decidir por sí solo ausentarse –esto es, renunciar a las funciones básicas que le dan sentido y justificación de existencia– o hacerse presente. El Estado no es una entelequia, es una conformación palpable que ha sido manejada históricamente, con las honrosas excepciones que todos conocemos, como un patrimonio hereditario e intocable de los factores económicos y sociales del poder en la Argentina. Es saludable que se vayan enterando de que se trata de un bien social colectivo


Felipe Pigna - Historiador y Director de ¨Caras y Caretas¨


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